sábado, 23 de noviembre de 2013

Infancias

En esta oportunidad elegí un ensayo que realicé en el Profesorado de Nivel Inicial, en la asignatura Sujeto de la Educación Inicial, en el que abordo distintos aspectos acerca de las infancias, la evolución desde el surgimiento de la noción de infancia hasta nuestros días, con el objetivo de reflexionar sobre este tema y pensar en una resignificación y valorización de las infancias en nuestros días, espero lograrlo, gracias y hasta la próxima.

Infancias

El concepto de infancia es construido histórica y socialmente, pues depende de la época y del aspecto social que se manifieste. Es algo que ha adquirido la sociedad, debido a que comenzó a interesarse por conocer al niño no sólo desde sus características físicas sino también emocionales. Es decir que la idea de infancia es dinámica, ya que se ha ido modificando a lo largo del tiempo y que se sigue construyendo día a día desde lo cultural y social, a diferencia de lo que ocurría antes, que se concebía a la infancia como algo estático.
Se puede hablar de la infancia concebida como construcción histórica y social a partir de las investigaciones realizadas por el historiador francés  Philippe Aries, quien escribió El niño y la infancia en el Antiguo Régimen (1987).
En la Antigüedad, el niño sólo se diferenciaba del adulto por su tamaño; no había algo que permitiera evocar algo del infantil sujeto. Eran hechos habituales el trato despiadado hacia los niños, la práctica de infanticidio, el abandono y la negligencia. El niño era considerado un objeto, una propiedad.
En la Edad Media, la infancia era un período frágil, acotado para la cría humana en su período de dependencia. Los niños hasta los 6 - 7 años, si lograban sobrevivir, eran cuidados por mujeres; luego los varones eran incorporados al mundo productivo y las niñas al trabajo doméstico, paulatinamente. La socialización del niño, por ende su educación, no era cuestión de la familia, sino que se efectuaba por medio del aprendizaje; transmisión de generación a generación de los oficios. Los niños eran confiados a su señor, a un amo, en calidad de aprendiz, quien le transmitía sus conocimientos, su experiencia y valores morales.
En la Edad Moderna, empieza a dibujarse la noción de infancia. El niño comienza a ser considerado, pero su visión está matizada por el pensamiento de la época anterior; se lo mira como un adulto en miniatura.
En este contexto, comienza a gestarse la escuela, bajo la influencia de la iglesia, con la idea de preservar la inocencia de los niños, su moral. Los padres forman estas directrices y se ocupan de las obligaciones que tienen para con sus hijos. La familia empieza a dibujarse como ayuda, como guía para que los niños puedan llegar a la adultez.
La familia de los siglos XVI y XVII se retira de la vida colectiva (calles, plazas, etc.) y su espacio se vuelve privado. El lazo existente entre la madre y el hijo se realza, y la figura de la madre se privilegia. Adquieren un primer plano los cuidados al hijo en su salud física y mental.
En el siglo XVIII y XIX, predominan paradigmas de control, por parte de los padres, gobiernos o tutores. Los niños que vivían en situación de pobreza o carecían de familia, eran considerados sujetos de tutela, y se lo institucionaliza (generalmente en reformatorios). Se instituye a la escuela como lugar social de formación de las nuevas generaciones.
En el siglo XX surge una etapa garantista. Se produce un cambio radical de paradigma. Puede visualizarse como hito significativo a la Convención Internacional de los Derechos del Niño. Se modifica el concepto de “niño como objeto de protección”, y promueve a cambio el concepto de “niño como sujeto de derechos”. Comienza a considerarse al niño como un ser humano que se relaciona con un adulto, y que es capaz de expresar deseos y necesidades, participar de su educación y gozar de ciertos grados de autonomía.
En el pasaje de la Modernidad  la Posmodernidad, se produce un gran cambio en la relación entre los estados nacionales y el mercado internacional. EL estado cede centralidad a la presencia del mercado, y la sociedad salarial es desplazada por la de consumo.
En síntesis, la idea de niño como sujeto y no como “objeto”, diferenciado del adulto, comienza a esbozarse durante el siglo XVI, se afianza en el siglo XVII (con el advenimiento de la familia moderna) y logró su apogeo hacia fines del siglo XIX.
Sandra Carli sostiene: “Hasta la primera mitad del siglo XX las historias políticas y las historias de la educación se habían ocupado de describir la emergencia de los estados-naciones modernos y de los sistemas de instrucción pública, pero volviendo invisibles a las generaciones de niños que transitaban por la fábricas o las escuelas, minimizando el impacto de las concepciones sobre el niño en el cambio histórico”[1].
En la Edad Moderna surge la escuela y los niños comienzan a pasar gran parte de su día en las aulas. Ésta es una escuela de la infancia influida por la pedagogía y la psicología educacional (Delia Azzerboni, 2008). Sin embargo, a principios del siglo XXI los medios de comunicación y el mercado se consolidan como nuevos agentes de socialización y aportan otra acepción de infancia: “el niño como cliente”. Al respecto, dice Ignacio Lewcowicz: “Pero la transformación contemporánea transforma a ese hombre del mañana en un consumidor del hoy -o en un expulsado del consumo de hoy- . La destitución de las instituciones que producían infancia implica a su vez una habilitación del presente para los niños. Estos son puro presente para el mercado: son puro presente de consumo o puro presente de consumo o puro presente de exclusión, pero no son proyecto de ciudadanos”[2].
Mientras que para la educación o la política, por ejemplo, el niño encarna “la inversión a un proyecto de un futuro mejor”, para el mercado de productos masivos es preferible que las formas del “hoy” se conserven hasta el “mañana”.
Las lógicas de mercado (producción, seriación, normativas de calidad, operatividad, medición y prevención, reducción de costos, transparencia, etc.) hacen de la educación un producto más, que debe colocarse, mediante estrategias publicitarias, en la población de consumidores, efectuando con ello una transformación de los alumnos y sus padres en clientes (usuarios) con la correspondientes de maestros y directivos en vendedores.
También me parece importante tener en cuenta para reflexionar acerca del tipo y la calidad de infancia asociadas a la situación de calle. Comprendiendo la existencia de distintos tipos de infancia, la experiencia de calle construiría un  tipo específico de infancia, con características propias. La escuela no aparece como principal estructuradora de prácticas; los aprendizajes son más cercanos a la producción y reproducción de modos de vida individuales, familiares y grupales, signados por la sobrevivencia y fuertemente pautados desde la situación de género; el peligro parece convertirse en un factor de desarrollo y aprendizaje.
Históricamente las miradas sobre infancia han oscilado entre proclamas de libertad del niño y mandatos de control. La publicidad de productos masivos del nuevo siglo por un lado refracta un niño autónomo como característico de una nueva época y por otro, lo muestra protegido en el ámbito de un hogar donde la presencia adulta es invisible pero evidente.
Con todo esto quiero decir que las subjetividades se construyen mediante distintas prácticas productoras de subjetividad en distintas situaciones, no hay una naturaleza dada, sino que hay prácticas que la producen. En la modernidad, la fábrica fundamental, de producción de subjetividad era el Estado, metainstitución que albergaba, conectaba y volvía compatibles las diversas instituciones. Y la subjetividad que producía el Estado era la del ciudadano. Pero para forjar un ciudadano se parte de un niño. Y el supuesto educativo de los Estados nacionales es que el niño es fundamentalmente inocencia y fragilidad, aunque a veces no parezca; y esa inocencia y fragilidad de los niños requiere amparo -por la fragilidad- y educación -por la inocencia-. No es aún un sujeto de la conciencia; no es aún un ciudadano. La infancia como institución -no los chicos, sino la infancia como institución-, como representación, como saber, como suposición, como teoría, es producto de dos instituciones modernas y estatales destinadas a producir ciudadanos en tanto que sujetos de la conciencia: la escuela y la familia.
La familia instaura en el niño el principio de legalidad a través del padre, que encarna la ley, y luego transfiere hacia la escuela la continuidad de la labor formativa. La escuela es el aparato productor de conciencia que, según la consigna de Sarmiento, consiste en educar al soberano. Para ser soberano hay que estar en pleno ejercicio de la conciencia, y las instancias son productoras de ese sujeto de la conciencia. La familia y la escuela forjan la conciencia. Por supuesto que, al forjar conciencia, generan el inconsciente a la sombra de ese proceso; pero no es ése el proyecto. El proyecto es generar un sujeto consciente.
La escuela y la familia instituyen la figura del infante: un futuro ciudadano inocente y frágil, que aún no es sujeto de la conciencia y que tiene que ser tutelado pues ahí, en el origen, está contenido el desarrollo posterior.
Volviendo al principio, la infancia  constituye un campo social e histórico en donde la sociedad se impregna de una notable sensibilidad. Un amplio espectro de organizaciones de la sociedad civil, la creciente intervención del sector privado, las actividades de las comunidades religiosas, la participación creciente de la industria cultural y de los medios de comunicación masiva, la práctica de una cantidad significativa de profesionales como trabajadores sociales, psicólogos, pedagogos, médicos pediatras y abogados, las distintas acciones, programas y políticas del sector estatal tienen como destino los niños.
Auul ser invadida la escuela por las lógicas de mercado, los sujetos que conviven en ella, se ven afectados en su lugar y función. Pero, ¿qué efectos producen  dichas transformaciones?, ¿qué subjetividades van “tejiendo”? ¿Qué sujetos está produciendo la escuela hoy? ¿Cuáles son sus características?.
Deberíamos tomar a la infancia como punto de partida y tener en cuenta que “no se trata de no cometer errores sino de cometer errores inéditos para que la vida siga proponiendo nuevas respuestas para las nuevas realidades que viven los docentes, los alumnos y los padres, que actualmente están en pie de guerra[3].




BIBLIOGRAFÍA

·         Azzerboni, Delia. Ideas, y experiencias para el jardín maternal. Editorial Puerto Creativo, Bs. As, 2008.

·         Carli, Sandra. De la familia a la escuela. Infancia, socialización y subjetividad. Ediciones Santillana S.A., Bs. As., 2005.


·         Carli, Sandra. La cuestión de la infancia. Entre la escuela, la calle y el shopping. Editorial Paidós, Bs. As., 2009.

·         Osorio, Fernando. Ejercer la autoridad. Un problema de padres y maestros. Ediciones Novedades Educativas, Buenos Aires, 2010.




[1] Carli, Sandra. La cuestión de la infancia. Entre la escuela, la calle y el shopping. Editorial Paidós, Bs. As., 2008.
[2] Lewcowicz, Ignacio en Azzerboni Delia, Ideas y experiencias para el jardín maternal. Editorial Puerto Creativo, Bs. As., 2009.
[3] Osorio, Fernando. Ejercer la autoridad. Un problema de padres y maestros. Ediciones Novedades Educativas, Buenos Aires, 2010.

2 comentarios:

  1. Interesante publicación sobre todo para dar a conocer la importancia que tienen las infancias en el nivel inicial y porque una docente debe tenerlas en cuenta.

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  2. Muy buen ensayo, en el que se puede ver las diferentes maneras de ver y de tratar a la infancia a lo largo de la historia.

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